sábado, 7 de junio de 2008

"Tristeza congénita o cinismo pasatista?"




por Johnatan A.Morales



Repasemos de memoria, todo pueblo que borra su historia no sabe adonde va, pues ignora de donde viene.


Esas cosas del destino hicieron que, bajo los efectos de la cerveza y venciendo la impudicia de las sucias mesas de la infame taberna “Scorpio”, cicatrizaran cuatro fracasos personales y que de esa costra, dignidad mediante, viera la luz "Los pichones de Rivière".


Paridos, sin cesáreas, Franco Bongioanni, Mariano Caudana, Federico Coutáz y Martín Restaldi, vieron en la obra de Georges Brassens (1921 - 1981), un tesoro del cual abastecerse y que les permitiría acceder a algún que otro beso fugaz de alguna menor de 30... y, testosteroneados por la idea, pusieron inmediatamente manos a la obra.



Luego de incontables meses de ensayo, pensemos tres, fueron a rogar a un tal Lucas Arch que les prodigase un espacio en su ignominioso tugurio de desamurados.




El mecenas se limitó a realizar un gesto que interpretaron como una afirmación.


Esto embriagó a nuestros héroes de un júbilo tal, que corrieron raudos a casa de sus padres, y, luego de llorar copiosamente, partieron de picnic al Albardón Costero (sin Off, con bogueritos y sin carnada) y pasaron un fin de semana, en una carpa iglú, embebidos de una felicidad equiparable a la que debieron haber sentido esos jóvenes que fueron a esperar la llegada del líder en Ezeiza.

Coinciden los cronistas que aquel 22 de noviembre del 2001 Los pichones se presentaron ante un público compuesto por familiares directos y amigos leales que se hicieron presentes en el no mencionado lugar.


Quienes no sucumbieron al Alzheimer (los menos) opinan que el show no fue tan indigno como se esperaba.


Motivo por el cual los jovenes intérpretes juraron por Júpiter volver por más.


Juramento que cumplieron en abril de 2002.


A la tutela de Brassens se le sumó la de Javier Krahe (cantautor español que este cronista se halla en la obligación de recomendar).


Ciertas muchachas, que pidieron absoluta confidencialidad respecto de su identidad, me susurraron al oído que en esa segunda presentación, Los pichones de Rivière compartieron escenario con Hernán "Maravilla" Mamías y que este individuo, embestido en un uniforme de gorila, fue la delicia de los parroquianos asistentes.

Se dice que desde aquel momento el misterioso personaje hace gala de su currículum y obtiene buenos dividendos de las jóvenes ilusas.




El Dios judío,torbellino de rencor, les regaló,tanto a él como a ellas,el síndrome Memento.


Todos coinciden en que el tal Mamías fue, hasta la trágica separación, troncal en el proceder etílico y creativo de Los pichones de Riviere.


Embriagados de soberbia y amor propio se propusieron doblar la apuesta.


De vuelta en sus cuarteles de invierno se sucedieron utópicos proyectos. Vecinos de La Gran China dan cuenta de al menos tres, a saber:


1) Musicalización completa de "El Capital" de Carlos Marx, emulando a Vox Dei en sus buenos tiempos, aunque sin hipismo ni fe católica.

2) Filmar una versión libre de los "Cuentos de Gulubú" de María Elena Walsh, que incluiría escenas de sexo explícito entre la Tortuga Manuelita y Osías el osito en un bazar.


3) Una refutación de la "Teoría de la relatividad" de Albert Einstein en ritmo de murga.


El Vaticano y los Estados Unidos alertados de esto presentaron quejas formales ante el sediento intendente Marcelo Álvarez, el cual se vio en la triste obligación de mandarlos a apretar por algunos muñecos de UPCN para que depusieran su actitud.



Un tanto frustrados por la censura y (no hay por qué negarlo) por haber caído en la cuenta de que sus limitadas capacidades intelectuales no les daban para tanto, volvieron a revisar las obras de Georges Brassens y de Javier Krahe cual sanguijuelas sedientas.


Sucediéronse, pues, especulaciones pseudo-filosóficas entorno a la muerte.

Primeramente quisieron burlarla... y fracasaron.


Segundamente, quisieron enamorarla... y los despechó.


Terceramente acudieron al Grupo Espiral.



Talentosos y caritativos (Sergio Fernández, Sandra López, Nicolás Fortunoff, Salomé López, Pablo Vallejo y Federico Merlo) evitaron la zozobra.



A ellos , tanto como a Selma López, María Florencia Palacios, Juan Candioti y Eduardo Bavorovsky (nobleza y aguantadora obligan )Los Pichones de Rivière deben "Jamás Iremos al Velorio" 2002 y "Del amor y otras mierdas" 2003




Qué podría contarles de estas obras sin descender a la estupidéz de censurar o alabar.


Por el momento son las últimas novedades que tengo de ellos...


Ni me esperanza el ansiado retorno ni me fusteo con la idea de que se hundan en la abulia.


Espero, al menos, que me paguen lo que me deben pero soy realista....que vuelva Sobremonte.

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