por Johnatan Alexis Morales
Repasemos de memoria.
Todos mis alumnos de la cátedra de Artes Escénicas en la Escuela Mantovani saben que la música nació en los lejanos reductos del ágora ateniense como la más cabal manifestación corpórea del arte de las musas, y que no tardaría en tomar una posición de privilegio dentro de las seis fuentes de inspiración que reconocían los sabios helénicos.
Mucho tiempo ha transcurrido, y demasiado hemos escuchado desde entonces. Allá y acá, su finalidad ha sido siempre suscitar una experiencia estética en el oyente, expresando sentimientos, circunstancias, pensamientos o ideas.
Caudana no es un aprendiz en la materia, pero parece haber olvidado ese cardinal concepto.
Mal que nos pese a algunos, el artista lleva recorrido un extenso camino desde sus imberbes orígenes en el juvenil Matakos.
Entonces, nada de lo que a continuación se argumenta podrá atenuarse esgrimiendo inexperiencia. Ojalá eso pudiera ser cierto…
El pasado sábado 17 de mayo, el cantautor santafesino Mariano Caudana presentó por enésima vez su primer trabajo solista titulado “Sin vista al mar”.
Reconocido deudor de la obra del enigmático charrúa Fernando Cabrera y del comunista Silvio Rodríguez, Caudana siembra de alusiones pretendidamente intelectualoides su discurso pero paradójicamente reniega de su formación musical académica. Esa sólo una de las tantas contradicciones que surcan su obra...
Caudana perjura también contra sus orígenes, evitando deliberadamente continuar el camino allanado con maestría por cantautores de la talla de Horacio Guaraní y Miguel Angel Morelli. ¿Dónde han quedado las chacareras de lírica tradicional, los pasodobles y el resto de la simbología de raíz rural?
“Sin vista al mar” se vuelve también una burda chanza, una ofensa innecesaria al reclamo legitimo de los hermanos bolivianos que por estos días negocian una medida que puede significar su relanzamiento nacional.
Todas estas provocaciones con las que el autor irá incomodándonos denotan su tardía rebeldía adolescente, y poco condicen con el proceder racional de alguien que a contraturno recibe mensuales dádivas de la montonera Nilda Garré.
Deberemos reconocerle -nobleza obliga- un puñado de buenos versos, tales como “El escepticismo es un camino sin retorno, ancla en el cinismo como triste solución” o "sólo me resta esperar que te parezcas al tiempo en la virtud de olvidar". Ninguno de ellos conseguirán de amortizar los 10 pesos que vale la entrada.
En las sombras de la escena lo acompañará imperturbable Mauro Bertotti, uno de esos imprescindibles partenaires que le hacen a uno tener siempre presente al Art Garfunkel de “The Sound of Silence”. Por espacio de noventa minutos irán desfilando de a ráfagas el resto de sus ocasionales invitados, quizás confiando que una aparición concisa no los hunda junto al capitán del navío. Ninguno podrá sacar a flote una barca que hace rato parece condenada al naufragio.
Esta realidad no parece afectar al lumpenaje presente, acostumbrado a abstraerse de tantas incongruencias perdiéndose en el interior de una botella de cerveza.
Afortunadamente, esto jamás podría burlar el refinado paladar de quién respalda su critica con décadas de incansable trabajo en el ámbito de la cultura y las artes escénicas.
Perdido ante una marea que por noventa minutos soplará irremediablemente a sotavento, Caudana se ahoga en las orillas.
Todos mis alumnos de la cátedra de Artes Escénicas en la Escuela Mantovani saben que la música nació en los lejanos reductos del ágora ateniense como la más cabal manifestación corpórea del arte de las musas, y que no tardaría en tomar una posición de privilegio dentro de las seis fuentes de inspiración que reconocían los sabios helénicos.
Mucho tiempo ha transcurrido, y demasiado hemos escuchado desde entonces. Allá y acá, su finalidad ha sido siempre suscitar una experiencia estética en el oyente, expresando sentimientos, circunstancias, pensamientos o ideas.
Caudana no es un aprendiz en la materia, pero parece haber olvidado ese cardinal concepto.
Mal que nos pese a algunos, el artista lleva recorrido un extenso camino desde sus imberbes orígenes en el juvenil Matakos.
Entonces, nada de lo que a continuación se argumenta podrá atenuarse esgrimiendo inexperiencia. Ojalá eso pudiera ser cierto…
El pasado sábado 17 de mayo, el cantautor santafesino Mariano Caudana presentó por enésima vez su primer trabajo solista titulado “Sin vista al mar”.
Reconocido deudor de la obra del enigmático charrúa Fernando Cabrera y del comunista Silvio Rodríguez, Caudana siembra de alusiones pretendidamente intelectualoides su discurso pero paradójicamente reniega de su formación musical académica. Esa sólo una de las tantas contradicciones que surcan su obra...
Caudana perjura también contra sus orígenes, evitando deliberadamente continuar el camino allanado con maestría por cantautores de la talla de Horacio Guaraní y Miguel Angel Morelli. ¿Dónde han quedado las chacareras de lírica tradicional, los pasodobles y el resto de la simbología de raíz rural?
“Sin vista al mar” se vuelve también una burda chanza, una ofensa innecesaria al reclamo legitimo de los hermanos bolivianos que por estos días negocian una medida que puede significar su relanzamiento nacional.
Todas estas provocaciones con las que el autor irá incomodándonos denotan su tardía rebeldía adolescente, y poco condicen con el proceder racional de alguien que a contraturno recibe mensuales dádivas de la montonera Nilda Garré.
Deberemos reconocerle -nobleza obliga- un puñado de buenos versos, tales como “El escepticismo es un camino sin retorno, ancla en el cinismo como triste solución” o "sólo me resta esperar que te parezcas al tiempo en la virtud de olvidar". Ninguno de ellos conseguirán de amortizar los 10 pesos que vale la entrada.
En las sombras de la escena lo acompañará imperturbable Mauro Bertotti, uno de esos imprescindibles partenaires que le hacen a uno tener siempre presente al Art Garfunkel de “The Sound of Silence”. Por espacio de noventa minutos irán desfilando de a ráfagas el resto de sus ocasionales invitados, quizás confiando que una aparición concisa no los hunda junto al capitán del navío. Ninguno podrá sacar a flote una barca que hace rato parece condenada al naufragio.
Esta realidad no parece afectar al lumpenaje presente, acostumbrado a abstraerse de tantas incongruencias perdiéndose en el interior de una botella de cerveza.
Afortunadamente, esto jamás podría burlar el refinado paladar de quién respalda su critica con décadas de incansable trabajo en el ámbito de la cultura y las artes escénicas.
Perdido ante una marea que por noventa minutos soplará irremediablemente a sotavento, Caudana se ahoga en las orillas.
1 comentario:
Diálogo escuchado en los pasillos de "La columna de Ignatius J. Reilly Management"
Sr. Ignatius J. Reilly: -¿A este artículo no lo publicamos nosotros hace una semana, Rolando?
Dr. Rolando Bartes (Asesor legal de "Herederos de Ignatius J. Reilly): -No lo creo Ignatius.
IJR: -Insisto. ¿Esta no fue la crítica que nos entregó Jhonattan Morales luego de su recorrida por el submundo santafesino?
RB: -No lo creo Ignatius... nadie osaría robarnos JUSTO A NOSOTROS.
IJR: -Sin embargo, esto lo leí en algún lado Rolando.
RB: -No puede ser, porque no citan la fuente. Salvo que nos estén plagiando...
De ser así, podrán ganar un montón de Premios Planeta y hacerse millonarios... pero les caeremos encima con todo el peso de la ley...
IJR: -¿Cómo pudo haberse filtrado la nota?
RB: -¡Esa es la zorra de Melba Mondragón de Dominguez! Esa vieja ninfómana es capaz de cualquier cosa con tal que le den una alegría!
IJR: - Caudana debió haberse encamado con la anciana con tal de conseguir el artículo!
RB: -¡Este muchacho no sabe con quien se ha metido! Es el ocaso de su mediocre carrera profesional!!!
(CONTINUARÁ)
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